¿Quiénes son los santos?


La Iglesia desde siempre mantiene un diálogo con los habitantes de otro mundo, los santos. La comuncación con los santos es rápida porque existe un centro de comunicación y de encuentro común que es Cristo Resucitado.


La Solemnidad de Todos los Santos tiene algo especial que explica su popularidad y las numerosas tradiciones ligadas a ella en algunos lugares de la cristiandad. El motivo está en lo que dice San Juan en la segunda lectura. En esta vida «somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos»; somos como el embrión en el seno de la madre que desea nacer. Los santos han «nacido» (la liturgia llama «día del nacimiento», dies natalis, al día de su muerte); contemplar a los santos es contemplar nuestro destino. Mientras a nuestro alrededor la naturaleza se desnuda y caen las hojas, la fiesta de todos los santos nos invita a mirar a lo alto; nos recuerda que no estamos destinados a secarnos en tierra para siempre, como las hojas.


El pasaje del Evangelio es el de las Bienaventuranzas. Una en particular ha inspirado la elección del pasaje: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque serán llenados». Los santos son aquellos que han tenido hambre y sed de justicia, esto es, en lenguaje bíblico, deseo de santidad.


Nos ayuda a entender quiénes son los santos la primera lectura de la Solemnidad. Son «los que han lavado sus vestiduras en la sangre del Cordero». La santidad se recibe de Cristo; no es de producción propia. En el Antiguo Testamento ser santos quería decir «estar separados» de todo lo que es impuro; en la fe cristiana quiere decir «estar unidos» a Cristo.


Los santos, esto es, los salvados, no son sólo los que enumera el calendario o el santoral. Existen también los «santos desconocidos»: quienes sacrificaron su vida por los hermanos, los mártires de la justicia y de la libertad, o del deber, los «santos laicos», como alguien les ha llamado. Sin saberlo, también sus vestiduras han sido lavadas en la sangre del Cordero, si han vivido según la conciencia y les ha importado el bien de los hermanos.


Surge una pregunta: ¿qué hacen los santos en el paraíso? La respuesta está, también aquí, en la primera lectura: los salvados adoran, echan sus coronas ante el trono de Dios, gritando: «Alabanza, honor, bendición, acción de gracias...». Se realiza en ellos la verdadera vocación humana, que es la de ser «alabanza de la gloria de Dios» (Ef 1,14). Su coro es guiado por María, que en el cielo continúa su canto de alabanza: «Proclama mi alma la grandeza del Señor». Es en esta alabanza donde los santos encuentran su bienaventuranza y su gozo.