Abbá Padre


Jesús, cuando ora en la intimidad se dirige a Dios llamándole cariñosamente Abbá. A Dios se le habían dado mil nombres: Luz, Apoyo, Presencia, El que es, Lejano, Desconocido, Escondido. Jesús los conocía. Rezaba con ellos en la sinagoga y en las fiestas de su pueblo. Sin embargo, un nombre nuevo le fue naciendo en el corazón: Abbá. Desde entonces el Espíritu grita en los corazones de todos los amigos de Jesús el mismo nombre: Abbá. Jesús escogió la palabra Abbá para tratar con Dios, porque Dios escogió la palabra Hijo mío, mi amado, para tratar con él. Y en medio de la noche, o en lo alto de un monte, o metido de lleno en el murmullo de la vida, corría para estar con su Abbá. No es que huyera de las cosas y de la gente, sino que esa intimidad y entrega mutuas sólo las podía vivir con el Padre. En esa comunicación de amor entre el Padre y el Hijo, fue recreándose la humanidad, fue naciendo la misión de levantar a todos los oprimidos, ofreciéndoles de forma gratuita y sin violencia palabra, sitio y dignidad. Jesús no está solo. En todo momento se sabe acompañado, querido, escuchado, sostenido, enviado por su Abbá. Y así quiere que nos sintamos nosotros. Por eso, acercarnos a Jesús, sentirnos tocados por su amor en lo más profundo, caminar con él hacia los hombres con un mensaje de esperanza, ir con él al monte para orar. todo ello es hacer la experiencia del Abbá. Este es el regalo que nos hace Jesús: poder contemplar cara a cara a Dios Padre y tratar de amistad con quien sabemos que nos ama. En esa intimidad nos mete a nosotros el Espíritu, por puro regalo. Y toda la vida es una oportunidad para aprender a decir con el corazón, con todos los hombres y la creación entera, Abbá, Padre, Madre. El Espíritu nos enseña a llamar a Dios Padre porque así lo llamaba Jesús, y nos empuja a continuar la obra redentora de Dios entre los pobres de la tierra.