MUERTO Y SEPULTADO

El Credo Poco a Poco



Credo poco a poco. Muerto y sepultado por pastoraldelsordo

Los Evangelios nos dicen: A la hora sexta se oscureció toda la tierra hasta la hora Nona. Y a esta hora dijo Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?”. Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba cumplido, para que se cumplieran las Escrituras, dijo: “Tengo sed”. Un soldado puso una esponja mojada en vinagre en la punta de una lanza, y la acercó a la boca de Jesús. Cuando probó el vinagre dijo: “Todo está cumplido.” Y dando un grito fuerte, exclamó: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu.” Inclinó la cabeza y murió.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo, para que no muera ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.
Jesús sufre y muere libremente en perfecta comunión con la voluntad de su Padre y por amor a los hombres. Gracias a ese amor de Jesús, fiel a Dios y solidario con los hombres, podemos también nosotros responder con fidelidad al amor de Dios y entrar en una nueva relación de amor al prójimo, con todo hombre, también con el enemigo.

Vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era persona importante, hombre bueno, y se había hecho discípulo de Jesús. Fue e ver a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. El gobernador le dio permiso a José para coger el cuerpo de Jesús. Vino también Nicodemo, el que había visitado a Jesús de noche. Traía unas cien libras de mirra y otros perfumes, para el cuerpo de Jesús, como era costumbre de los judíos al enterrar a sus muertos.

En el lugar donde crucificaron a Jesús había un sepulcro nuevo hecho en la roca, propiedad de José de Arimatea, en donde todavía no habían enterrado a nadie Enterraron a Jesús y pusieron una piedra encima de la entrada del sepulcro.

Nuestro Señor, la Segunda Persona de la Trinidad, que murió en la Cruz, era Dios; pero murió como hombre, no murió Dios. Jesucristo sufrió una verdadera muerte y fue sepultado. Pero la virtud o poder de Dios preservó su cuerpo de la corrupción.
En la muerte de Jesucristo, la divinidad no se separó ni del cuerpo ni del alma, sino solamente el alma se separó del cuerpo.

Para salvarnos no basta que Jesucristo haya muerto por nosotros, sino que es necesario aplicar a cada uno el fruto y méritos de su pasión y muerte, lo que hace principalmente por medio de los sacramentos instituidos a este fin por el mismo Jesucristo. Y como muchos no reciben los sacramentos, o no los reciben bien, por eso hacen para si mismos inútil la muerte de Jesucristo.