La Pesca Milagrosa


San Lucas nos presenta hoy la escena de la pesca milagrosa. Nuestro Señor está en el lago y, después de predicar, le dice a Simón Pedro que reme mar adentro y que eche las redes para pescar. Simón era un experto pescador –ése era su oficio— y conocía perfectamente los lugares y las horas mejores para pescar. Él sabía de sobra que se pesca durante la noche porque las aguas están tranquilas y los peces dormidos. Además, se habían pasado la noche entera trabajando ¡y no habían cogido ni un pez! Y ahora llega este Jesús –Pedro todavía no conocía bien a nuestro Señor— y, sin saber nada de la pesca, le dice que eche las redes para pescar…

“Pedro pudo decirle: ¡Pero, Señor, no es hora de pesca, ni el lugar ni el tiempo son apropiadas!...”. Y humanamente tenía toda la razón. Cuando se callan las palabras de nuestra propia experiencia, cuando hemos probado la amargura del fracaso o de la desilusión (“no hemos cogido nada”), entonces puede brotar el milagro: “Pero, en tu nombre echaré las redes”. Esto es lo más maravilloso de todo.

Éste fue el verdadero milagro: que Pedro haya creído en Jesús y que haya aceptado la orden del Señor y haya obedecido. La pesca abundante y las redes llenas de peces fueron el milagro. Para nuestro Señor no hay imposibles porque Él es Dios. El único imposible es que nuestra voluntad no quiera unirse a lo que Él quiere Y el milagro está precisamente aquí.

Si echamos una hojeada a todo el evangelio, nos daremos cuenta de que siempre actúa así nuestro Señor: todos los milagros comienzan con la FE y es la única condición que el Señor e para poder actuar. Sólo cuando aceptamos a Jesús con el corazón y doblamos las rodillas de nuestra mente, aunque humanamente no se vea nada, aunque el llanto explote en nuestra garganta y las lágrimas arrasen nuestros ojos, aunque tengamos que esperar contra toda esperanza humana y sangre el corazón… si creemos en Él y lo aceptamos, así como Dios nos visita, ¡es entonces cuando Jesús realiza el milagro!
Pero no es fácil. Necesitamos una fe muy grande. Y la fe es un don de Dios. ¡Pidámosle con humildad ese grandioso don!
Ojalá que también nosotros, como Pedro, creamos en Jesús y obedezcamos su palabra: “¡Rema mar adentro y echa las redes para la pesca!”. Y entonces veremos otro milagro en nuestra vida.