Acampó entre nosotros


En el prólogo del evangelio de Juan a la frase «La Palabra se hizo carne» «y habitó entre nosotros», literalmente: «acampó entre nosotros» En los tiempos del éxodo Dios se hizo presente de modo visible en la sagrada tienda del tabernáculo, donde ocasionalmente resplandeció su gloria. De modo parecido, pero infinitamente más maravilloso, Cristo habitó entre los hombres de modo permanente en la tienda de su humanidad. A esta afirmación Juan añade un testimonio personal: «... y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre». Esa gloria se hizo patente en sus milagros y en su transfiguración pero de modo más maravilloso en las características morales que distinguieron su ministerio: «lleno de gracia y de verdad». A esa gracia se refería Pablo cuando escribía: «la gracia de Dios se ha manifestado para ofrecer salvación a todos los hombres» Esa salvación, incluye perdón, reconciliación con Dios, liberación del poder esclavizante del pecado, vida en el Espíritu, vida eterna. Todas estas verdades estaban implícitas en el nacimiento del unigénito Hijo de Dios. Lo que ahora corresponde a los seres humanos es asumirlas. Como ya hemos indicado, podemos aceptar y podemos rechazar lo que la gracia de Cristo nos ofrece. Pero sólo la aceptación dará sentido a la celebración de la Navidad y hará posible que, a semejanza de los pastores tributemos honor y gloria a Dios agradecidos por su don inefable.