Para amar a Dios hay que buscarle. La historia de amor entre Dios y el hombre crece en la medida en que nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más. La voluntad de Dios pasa a ser mi propia voluntad, y se siente que Dios está más dentro de mí que lo más íntimo mío. Dios es nuestra alegría. El amor al prójimo es posible porque en Dios y con Dios es posible amar también a la persona que no me agrada, o no conozco. Se aprende a mirarla no sólo desde los propios ojos y sentimientos sino desde la mirada de Jesucristo. Al verlo con los ojos de Cristo, podemos dar al otro mucho más que cosas externas: podemos ofrecer la mirada del amor que él necesita.
El amor crece a través del amor. Benedicto XVI dice que el amor es divino porque proviene de Dios y a Dios nos une, y por esa unión nos transforma en un Nosotros, que elimina nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea “todo para todos”.
Ante los graves problemas de la humanidad de nuestro tiempo, donde el egoísmo se hace presente en tantas relaciones económicas, políticas, sociales y entre particulares, Benedicto XVI nos invita a que pongamos nuestra fe a trabajar con obras de amor, semillas de verdadera paz y de esperanza. Siempre vamos a encontrar personas que necesitan y precisan actos, hechos y obras que rompan la soledad del egoísmo.
El amor crece a través del amor. Benedicto XVI dice que el amor es divino porque proviene de Dios y a Dios nos une, y por esa unión nos transforma en un Nosotros, que elimina nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea “todo para todos”.
Ante los graves problemas de la humanidad de nuestro tiempo, donde el egoísmo se hace presente en tantas relaciones económicas, políticas, sociales y entre particulares, Benedicto XVI nos invita a que pongamos nuestra fe a trabajar con obras de amor, semillas de verdadera paz y de esperanza. Siempre vamos a encontrar personas que necesitan y precisan actos, hechos y obras que rompan la soledad del egoísmo.
Con mi bendición y afecto,
Agustín García-Gasco Vicente
Arzobispo