El Bautismo




EL BAUTISMO
 
En una parte, casi al final de la Biblia, está el libro de los Hechos de los Apóstoles, que explica lo que hicieron la Apóstoles cuando Jesús se fue al cielo, unos cuarenta días después de Resucitar. El libro nos cuenta que, el día de Pentecostés, cuando estaban reunidos los apóstoles en compañía de la Virgen María recibieron el Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Santísima Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) que les dio la fortaleza necesaria par ir por todo el mundo y cumplir el mandato de Jesús: “Id y haced discípulos míos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
 
El día que vino el Espíritu Santo, los Apóstoles estaban reunidos con la Virgen María en una casa, esperando se cumpliese la promesa de Jesús de enviarles el Espíritu Santo, que les daría fortaleza y les explicaría todo lo que todavía no comprendían. Cuando llegó el Espíritu Santo se oyó un ruido como de un viento muy fuerte, y las gentes del pueblo que oyeron el ruido vinieron curiosas a ver qué pasaba en aquella casa.
 
El Apóstol Pedro abrió una ventana y, valiente, sin miedo les habló a todos. Después de escuchar la predicación de los Apóstoles, muchos preguntaban: “¿Qué tenemos que hacer, hermanos?” El Apóstol Pedro les contestó: “Convertirse y bautizarse en nombre de Jesucristo” Así se ve que desde el principio de nuestra Iglesia, la conversión y el bautismo están unidos firmemente. Por el bautismo, las personas empiezan a ser cristianos, discípulos de Jesucristo e hijos adoptivos de Dios.
 
Los Apóstoles y  los primeros cristianos  se reunían en una comunidad de Fe en Jesús Resucitado, y a esa reunión o comunidad se llamó la Iglesia, y, al extender por muchos países, por la predicación de los apóstoles, se le añadió el nombre de católica, que significa universal, para todas las personas de todo el mundo y de todas las razas.
 
El bautismo cristiano se celebra derramando agua encima de la cabeza de la persona que se bautiza, mientras el sacerdote, o la persona que bautiza, invoca a la Santísima Trinidad. Así: pronuncia el nombre de la persona, por ejemplo, Juan, y dice: “Juan, yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y el bautizado queda consagrado, marcado para siempre, como cristiano y miembro de la Iglesia católica. Esa marca es indeleble. No se puede borrar nunca, y aunque una persona abandone la Iglesia católica, seguirá marcado como cristiano.