LA MUERTE DEL CRISTIANO


AMIGO, PASE Y PREGUNTE.

D. JOSÉ, EL CURA, Y PACO, EL HERRERO.

Paco: Buenos días D. José. Hacía unos días que no venía a verle, pero hoy era una necesidad, pues he estado hasta nervioso de pensarlo.

D. José: Vamos a ver qué le pasa hoy a nuestro amigo Paco. Siempre con sus problemas.

Paco: D. José, desde que murió mi hermano Juan, no se me quita de la cabeza que yo también tengo que morir, y eso, sinceramente, parece que apagó mi alegría y ganas de seguir trabajando.

D. José: ¡Pero si eso lo sabemos desde que nacimos! Todo lo que nace muere; todo pasa, amigo Paco, sólo Dios permanece. ¿Ahora te enteras de eso?

Paco: No es que no lo supiera, es que nunca lo había pensado, y la muerte del hermano me lo puso delante de las narices. ¡Por qué tendremos que pasar por eso!

D. José: Amigo Paco, es verdad que la naturaleza humana ama la vida, pero nos consuela y anima la esperanza en la promesa de Jesús: “El que cree en Mí, aunque muera vivirá. El que vive por la fe en Mí, no morirá para siempre”

Paco: Muy importante eso, pero oírlo y vivirlo son cosas muy diferentes y, ciertamente, preferiría seguir viviendo en lo que ya conozco, quiero y he hecho con tanto sudor y esfuerzo.

D. José: En ese trance tan difícil de la vida lo que nos sostiene es la fe, una fe fuerte y una confianza total en la promesa del Señor. El cristiano iluminado por la fe, ve la muerte con ojos muy distintos de los del mundo. Si sabemos lo que nos espera después de morir, puede hacerse hasta deseable.

Paco: Se ve que Vd. es muy experto en el tema y lo pinta bonito, pero cuando un árbol tiene raíces profundas en un lugar, no es tan fácil ni cómodo arrancarlo y traspasarlo a otro sitio.

D. José: Mira Paco, San Pablo que persiguió a los cristianos y se convirtió al encontrarse con el Señor, llegó a estar tan enamorado de Jesús, que decía: “Para mí la vida es Cristo y la muerte ganancia”. Pero hay que tener una fe viva, que sea una vida injertada en otra vida, y poder decir: “Vivo yo, pero no yo, es Cristo el que vive en mí”

Paco: ¿Cuántos ha conocido Vd. que tengan la fe de ese San Pablo? A mí todavía no se me ha aparecido el Señor, y creo que a mi mujer, aunque reza mucho, tampoco lo haya visto, porque seguro hubiese salido corriendo a decírmelo a mí y a las vecinas.

D. José: Mira, atiéndeme bien: debemos rezar, pero no se trata de mover mucho los labios. Hay que estar unidos a Dios con el corazón, y, como nos dice el Apóstol: “buscar siempre las cosas de arriba, donde está Cristo; pensar en las cosas del cielo, no en las de la tierra.”

Paco: Pero Sr. Cura, si tenemos los pies en el suelo, es necesario pensar en las cosas de la tierra, porque si no, ¿cómo trabajamos, de qué comemos? No somos espíritus. Es

más fácil para hombres de cultura y muchas letras como Vd.

D. José: Amigo Paco, suele decirse: “A buen entendedor pocas palabras bastan” Un ejemplo: Si hacemos un viaje, por muy bonito que sea el paisaje del camino eso no es lo importante, sino llegar al lugar donde vamos. Y nuestro destino debe ser el cielo, que es un don, un regalo de Dios, que nunca podríamos ganar con nuestros méritos.

Paco: Como ejemplo está muy bien, pero cuando estoy dándole al yunque en la herrería sólo tengo la cabeza puesta en el hierro ardiendo, que es un peligro. Además, si es un don, como dice, será más fácil para Vd., porque yo siempre seré: Paco, el herrero.

D. José: No confundas Paco. El peligro está en aferrarse a las cosas de la tierra. Como si duraran siempre, y el buen cristiano, al tiempo que trabaja buscando un progreso económico o social, no se olvida de que esto sólo es el camino a la felicidad eterna en el cielo, que Dios nos promete.

El sacristán.