El Señor ha resucitado ¡ALELUYA!


La iglesia nos anuncia hoy con triunfal alegría: Jesús ha resucitado y no volverá ya a morir. Lo que es posible una vez, es posible siempre, y así esta medicina vale para todos nosotros. Todos nosotros podemos hacernos cristianos con Cristo e inmortales. ¿Pero cómo? Esto debería ser nuestra pregunta. Para encontrar la respuesta, debemos sobre todo preguntar: ¿cómo es que resucitó? Pero, sobre eso, se nos da una simple información que se nos confía a todos: Jesús resucitó porque era no sólo un hombre, sino también Hijo de Dios. Pero era también un hombre real y lo fue por nosotros. Y así sigue, la próxima pregunta: ¿cómo aparece este «ser-hombre» que une con Dios y que debe ser el camino para todos nosotros? Y parece claro que Jesús vive toda su vida en contacto con Dios. La Biblia nos informa de sus noches pasadas en oración. Siempre queda claro esto: él se dirige al Padre. Las palabras del Crucificado no se nos cuentan en los cuatro evangelios de igual forma, pero todos están de acuerdo en afirmar que Jesús murió orando.
Todo su destino se halla establecido en Dios y se traduce así en la vida humana. Y siendo así las cosas, él respira la atmósfera de Dios: el amor. Y por ello es inmortal y se halla por encima de la muerte. Y ya tenemos las primeras aplicaciones a nosotros: nuestro pensar, sentir, hablar, el unir nuestra acción con la idea de Dios, el buscar la realidad de su amor, éste es el camino para entrar en la inmortalidad, en la Resurrección.
Pero queda todavía otra pregunta. Jesús no era inmortal en el sentido en el que los hombres deseaban serlo desde tiempos antiguos, cuando buscaban la hierba contra la muerte. Él murió. Su inmortalidad tiene la forma de la resurrección de la muerte, que tuvo lugar primero. ¿Qué es lo que debe significar esto? El amor es siempre un hecho de muerte: en el matrimonio, en la familia, en la vida común de cada día. Morir a uno mismo por amor los demás.
Pero, al mismo tiempo, advertimos que sólo esa muerte que está en el amor hace fructificar; el egoísmo, quiere de evitar esa muerte, ese egoísmo empobrece y vacía a los hombres. Solamente el grano de trigo que muere produce fruto.