Señor, esta mañana al despertar, me he dado cuenta de que vivo no por mi, si no por ti, y por consiguiente todo te lo debo a ti.
¡Señor, que vea!, lo hermosa que es la vida, si esta, se vive muy junto a ti.
¡Señor, que vea!, que se pueden vencer los problemas con tan sólo tu gracia.
¡Señor que vea!, que a mi lado caminan, miles de personas, todas ellas necesitadas de amor, comprensión, y un poco de atención de mi parte.
¡Señor que vea!, para poder acompañarte en esta gran aventura de ayudar al hombre a encontrarte.
Entiendo que debe ser muy triste padecer una ceguera física, y no poder ver lo hermosa que es la vida, no poder captar los colores, no tener la dicha de poder guardar en mi mente los rostros de todas las personas que han ido marcando el rumbo de mi vida, a lo largo de mi existencia, pero pienso también que mucho más terrible y doloroso es padecer de una ceguera espiritual, es decir no poder darme cuenta que la vida carece de sentido si Dios no está a mi lado, no darme cuenta que para ser verdaderamente feliz, necesito que Dios me cambie la vida, que la haga distinta, es triste muy triste, vivir sólo sin verdaderos amigos a quienes poder acudir en busca de un consejo, en fin debe ser terrible vivir ciego interiormente a todo aquello que es motivo de alegría, paz y felicidad, no se puede, o más bien no se debe vivir así.
Por eso Señor, ayúdame a dejarme conducir, de tal forma que al igual que el ciego Bartiméo, sepa gritar mi dolor, para que tu Señor, al oírme gritar, me concedas la gracia de poder verte, contemplarte de tal manera, que esa tu mirada, aquella mirada que ha cautivado a tantos hombres a lo largo de historia, me seduzca de tal manera que rendido a tus pies pueda llegar a ver