Hoy todo el mundo da la impresión de andar acelerado. Nadie parece tener tiempo para los demás: los hijos para sus padres, los padres para sus hijos, los esposos el uno para el otro. Muchas veces basta una palabra, una mirada, un gesto para que la felicidad llene el corazón del que amamos. Empieza diciendo una palabra amable a tu hijo, a tu marido, a tu mujer. La palabra “amor” es tan mal entendida como mal empleada. Una persona puede decir a otra que la quiere, pero intentando sacar de ella todo lo que pueda, incluso cosas que no debería. En tales casos no se trata en absoluto de verdadero amor. El amor verdadero es entrega total al otro es “autodonación” de uno mismo. A veces puede incluso hay que dar la vida por alguien a quien se ama. Hay que saber priorizar: el amor entre los esposos es el mejor tesoro que tiene. Quien contrae matrimonio tiene que renunciar a todo lo que se opone al amor a la otra parte. Por otra parte, la responsabilidad de cuidar y educar a los hijos es mutua. Si queremos verdaderamente la paz, debemos adoptar una resolución firme: no consentir que un solo niño viva privado de amor.
El verdadero amor no se reduce a lo físico ni a lo romántico. El verdadero amor es la aceptación de todo lo que el otro es, de lo que ha sido, de lo que será y de lo que ya no es...
El verdadero amor no se reduce a lo físico ni a lo romántico. El verdadero amor es la aceptación de todo lo que el otro es, de lo que ha sido, de lo que será y de lo que ya no es...
Esta historia lo dice todo:
“Un hombre de cierta edad llegó a una clínica para hacerse curar una herida en la mano. Tenía bastante prisa y, mientras le curaban, le preguntaron qué era eso tan urgente que tenía que hacer. Él dijo que tenía que ir a una residencia de ancianos para desayunar con su mujer que vivía allí. Contó que llevaba algún tiempo en ese lugar y que tenía un Alzheimer muy avanzado. Mientras acababan de vendarle la herida, le preguntaron si ella se alarmaría en caso de que él llegara tarde esa mañana.
- No -dijo-, ella no sabe quién soy. Hace ya casi cinco años que no me reconoce.Entonces le preguntaron extrañados:- Y si ya no sabe quién es usted, ¿por qué esa necesidad de estar con ella todas las mañanas?
Sonrió y, dando una palmadita en la mano de quien lo curaba, dijo:- Ella no sabe quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella.Alguien dejó escapar una lágrima... Esa es la clase de amor que quiero para mi vida. Pidamos a Dios en esta Eucaristía por la perseverancia en el amor de los esposos.
“Un hombre de cierta edad llegó a una clínica para hacerse curar una herida en la mano. Tenía bastante prisa y, mientras le curaban, le preguntaron qué era eso tan urgente que tenía que hacer. Él dijo que tenía que ir a una residencia de ancianos para desayunar con su mujer que vivía allí. Contó que llevaba algún tiempo en ese lugar y que tenía un Alzheimer muy avanzado. Mientras acababan de vendarle la herida, le preguntaron si ella se alarmaría en caso de que él llegara tarde esa mañana.
- No -dijo-, ella no sabe quién soy. Hace ya casi cinco años que no me reconoce.Entonces le preguntaron extrañados:- Y si ya no sabe quién es usted, ¿por qué esa necesidad de estar con ella todas las mañanas?
Sonrió y, dando una palmadita en la mano de quien lo curaba, dijo:- Ella no sabe quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella.Alguien dejó escapar una lágrima... Esa es la clase de amor que quiero para mi vida. Pidamos a Dios en esta Eucaristía por la perseverancia en el amor de los esposos.
Betania.es