Cuando finalizamos la misa, el sacerdote nos dice: “Id en paz”. También nos envía, llenos de paz y alimentados por
No somos lobos ni hemos de ser como ellos para vencerlos. Ser como ovejas, aún llevadas al matadero, como el mismo Jesús, significa renunciar al poder. Después de recibir el alimento eucarístico, tenemos la fuerza suficiente para salir afuera y explicar las grandezas de Dios. Podemos comenzar con la propia historia. ¡Qué gracia tan grande, cuántos dones nos ha dado Dios!
Nuestra misión, hoy, es ésta: anunciar por todo el mundo que el amor de Dios está cerca y que somos instrumentos de ese amor. Ojalá vengamos a misa cada domingo, contentos porque hemos cumplido nuestra labor. El testimonio de una vida entregada a los demás es el mejor mensaje evangelizador que podemos transmitir. No nos rindamos. Continuemos, tenaces, valientes. Demos lo que tenemos y hemos recibido. Comuniquemos.
No podemos quedarnos sólo en la eucaristía, cerrados en el ámbito parroquial. Esto empobrece nuestra fe. No nos quedemos aquí. Fuera la gente nos espera, hambrienta, para que les anunciemos el amor de Dios.