Ser miembros del rebaño de Cristo no significa hacer sólo lo que hacen los demás, abandonar las propias responsabilidades en manos de otros, sino saber que Jesús se ocupa de una manera personal de mí. Yo soy importante para Él. Le interesan mis problemas y mis alegrías, mis sufrimientos y mis esperanzas. Él me alimenta con el Pan de la inmortalidad, calma mi sed más profunda, cura mis heridas, me toma en brazos cuando caigo... ¿Soy consciente de que si Él está conmigo, nada me falta? ¿Me alimento frecuentemente con su Cuerpo y su Sangre? ¿Dejo que cure mis heridas con el Sacramento de la Penitencia? ¿Reposo junto a él en la oración asidua y frecuente? ¿Camino por sus sendas? ¿Escucho su voz, estudiando su Palabra en la Sagrada Escritura? ¿Me apoyo en su cayado, que es la Cruz, para caminar? ¿Me atrevo a atravesar con él el valle de la muerte? ¿Me siento acompañado por su bondad y su amor todos los días? ¿Vivo gozosamente la esperanza de que un día viviré en su Casa del Cielo por años sin término?