Estamos en invierno. Pero el campo sigue dando sus frutos. Nadie ve la acción lenta, pero segura, del nacer de las semillas sembradas. Eso no es ninguna razón para decir que no se recogerá nada durante la cosecha. Los frutos se ven a su tiempo y hay que saber esperarlos.
La semilla sembrada en este pasaje es la Palabra de Cristo. El mismo nos explica el significado de la parábola. No tenemos que quedarnos sólo con el significado, tenemos que vivirlos en la propia vida. Hay que ver cuántas veces recibimos la semilla y ha dado su fruto. Para esto es esta parábola. Cristo nos da la oportunidad de ver cómo estamos correspondiendo a su llamado, cómo lo hacemos parte de nuestra propia vida.
Si queremos que la semilla dé el fruto más abundante hay que poner en práctica todos los consejos que Cristo mismo nos ha dado. Y lo primero es acogerla todos los días, defenderla contra las manos del demonio, y cuidarla hasta que dé su fruto. Hay que dar el cien por ciento de los frutos que Dios quiere de nosotros. Así estaremos más cercanos a la felicidad.