El Mesías


Jesús pregunta a sus discípulos: “Vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Jesús quiere saber cuál es la respuesta personal de los apóstoles, pero Pedro se adelanta de modo decidido y responde por cuenta de los demás: “Tú eres el Cristo, tú eres el Mesías”

Y si Jesús nos preguntara en este momento: “¿Quién dices tú que soy yo?”. ¿Cuál sería nuestra respuesta? Cada uno debe dejarse tocar personalmente por la pregunta: “Y tú, ¿quién dices que soy? ¿Qué soy yo de verdad para ti?”. Jesús no desea una respuesta apresurada, irreflexiva, debemos dar una respuesta madura, que nazca de la sinceridad de nuestro corazón.

Para responder adecuadamente debemos conocer al Cristo real, al Cristo crucificado, al Cristo que se hace donación desde Belén hasta el Gólgota. Al Cristo Resucitado, vencedor del pecado y de la muerte.

Este mismo pasaje evangélico en el que estamos reflexionando nos invita a considerar la cruz como un elemento esencial en nuestro seguimiento de Cristo. En la cruz, Jesús ha derramado toda su sangre para liberarnos del pecado, por eso la cruz ha sido transformada en signo de bendición. Cuántas veces vemos las dificultades como mala suerte, como un obstáculo que hay que superar o tolerar, como un simple mal día, pero en lugar de ver la vida sólo con “ojos humanos”, veámosla con sentido espiritual y descubramos detrás de cualquier pequeña cruz una ocasión de ofrecimiento al Padre y de un más cercano seguimiento de Cristo.