Esta es la homilía del día 25 de febrero de 2009.
VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Esta es la homilía del día 21 de febrero de 2009.
Resumen de la homilía:
El ángel dijo: “Se llamará Jesús, porque él salvará al Pueblo de sus pecados.”
Juan Bautista: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.”
Jesús a los apóstoles: “A quienes perdonéis los pecados les serán perdonados.”
Si el gobierno despenaliza una acción, no pierde su gravedad moral de pecado.
Jesús cura los cuerpos y las almas, le interesa salvar al hombre completo.
Jesús viendo su fe, dijo al paralítico:“Hijo, tus pecados ya están perdonados.”
Los escribas: “Eso es una blasfemia, sólo Dios puede perdonar los pecados.”
“Para que vean que el Hijo del Hombre tiene poder para perdonar los pecados.”
Después dice al paralítico: “Levántate, coge la camilla y vete a tu casa.”
En el Sacramento de la confesión se entrega ese regalo del perdón de Dios
Necesitamos el perdón para vivir en paz con nosotros, con los demás y con Dios.
En el Padrenuestro pedimos perdón de la ofensas, como nosotros perdonamos.
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El Señor dice: “No recordéis las cosas pasadas, olvidar lo antiguo; mirad que yo hago algo nuevo; ya está brotando. Yo haré un camino en el desierto, pondré allí ríos para quitar la sed del pueblo que yo hice, para que proclamara mi alabanza.
Pero tú, Jacob, no me llamabas, ni tú, Israel, te esforzabas por ayudarme; me avergonzabas con tus pecados y me cansabas con tus culpas.Yo, borraba tus malas obras y perdonaba tus pecados.”
Feliz la persona que cuida al pobre y al enfermo;
el Señor lo salvará en el día del juicio.
El Señor lo guarda y le da la vida,
para que sea feliz en la tierra
R. Señor, perdóname, porque he pecado contra ti
El Señor le ayudará en los sufrimientos,
aliviará los dolores de su enfermedad.
Yo dije: “Señor, ten misericordia,
R. Señor, perdóname, porque he pecado contra ti
Tú cuidas mi salud,
me tienes siempre en tu presencia.
Bendito el Señor, Dios de Israel,
R. Señor, perdóname, porque he pecado contra ti
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Corintios ( 1, 18-22)
Cristo Jesús, el Hijo de Dios, el que Silvano, Timoteo y yo les anunciamos, no fue primero “sí”, y después “no”; en Cristo todo es un “si”; en Él todas las promesas han recibido un “sí”. Y por Él podemos responder: “Amén” a Dios, para gloria suya.
Dios es el que nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros.Él nos ha ungido, Él nos ha marcado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu.
R. Te alabamos Señor.
EVANGELIO
A los pocos días fue Jesús a Cafarnaún, la gente se enteró de que estaba en casa. Fueron tantos a verle que no cabían en la casa. Jesús les predicaba la palabra.
Vinieron cuatro hombres con un hombre paralítico y, como no podían entrar, por la mucha gente que había, subieron al tejado y levantaron unas tejas, abriendo un agujero encima de donde estaba Jesús, y bajaron la camilla con el paralítico.
Viendo Jesús la gran fe que tenían, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados están perdonados.”
Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaron: “¿Por qué este hombre habla así? Blasfema. Sólo Dios puede perdonar los pecados.”
Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: “¿Por qué pensáis eso? ¿qué es más fácil decirle al paralítico: tus pecados están perdonados” o decirle “levántate, coge la camilla y empieza a andar?” Para que vean que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados…”
Entonces le dijo al paralítico: “Levántate, coge la camilla y vete a tu casa.”
El paralítico se levantó, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron asombrados y daban gloria a Dios, diciendo: “Nunca hemos visto una cosa igual.”
El Perdón de los pecados
Y sin embargo, el mayor milagro de amor de Dios para con los hombres, no es sanarles los cuerpos sino sanarles el alma. El mayor milagro del amor está precisamente en el perdón. Personalmente diría que el máximo testimonio del amor es, como dice Jesús, “dar la vida por el amigo”. Pero luego la verdadera expresión del amor es perdonar.
En muchas partes se está perdiendo la necesidad de la confesión. Y pensamos que se debe a que estamos perdiendo el sentido del pecado. Porque donde el pecado no molesta en el alma no hay necesidad del perdón.
Entre nosotros, felizmente, todavía la confesión sigue teniendo valor y los cristianos aún siguen dándole mucha importancia, lo que creo que es un don de Dios, que debiéramos agradecerle.
Valorar la confesión es tener conciencia de la importancia del pecado en nosotros. Y es tener conciencia del amor que el Señor nos tiene. Personalmente reconozco en la confesión el gran regalo que Dios ha dejado a su Iglesia y a cada uno de nosotros. Y es uno de los momentos más bellos de nuestra vida. Es posible que en el pasado hayamos complicado demasiado el confesarnos y hayamos insistido más en el pecado nuestro que en el amor que Dios nos manifiesta al perdonarnos.
No podemos olvidar que lo más importante de la confesión no somos nosotros ni siquiera nuestros pecados. Lo verdaderamente importante en la confesión es lo que Dios hace en nosotros. La confesión más que obra nuestra es obra de Dios. Y quien lo hace prácticamente todo es Dios. Nosotros sencillamente nos presentamos ante Dios con lo peor de nuestro corazón. Y Dios nos manifiesta y revela lo mejor de su corazón. “Yo te limpio. Yo te perdono. Yo te renuevo. Recobra la alegría de la gracia, la alegría de sentirte libre de tus esclavitudes del pecado”.Por eso mismo, el sacramento de la Penitencia o Confesión debiera ser para todos nosotros, no un momento de angustia ni de vergüenza, sino el momento gozoso de quien se siente sanado, curado en su corazón. El penitente presenta sus pecados. El confesor se hace voz y expresión de Dios. Pero el resto lo hace Él.
VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Esta es la homilía del día 14 de febrero de 2009.
Resumen de la homilía:
Para los judíos, la enfermedad era un castigo de Dios por los pecados.
El leproso sufre por estar enfermo, por el castigo de Dios, por rechazo social.
Jesús, al ver al enfermo sintió lástima, tuvo compasión, le tocó y curó.
Toda la vida de Jesús está llena de compasión por los que sufren.
Jesús era Dios, y era el más humanos de todos los hombres.
El leproso era marginado por la ley de los judíos, tenía que vivir apartado.
Un leproso, con gran fe, y sin miedo a que lo rechazase se acercó a Jesús.
Jesús le tocó y curó al leproso, obedeciendo la ley del amor.
Por compasión: cura, alimenta a la gente, perdona al pecador, resucita al muerto.
Jesús siente lástima de toda persona que sufre y le ayuda.
Jesús siente más lástima de los que tienen el alma enferma por el pecado.
Si pecamos debemos rezar a Jesús: “Si quieres, puedes limpiarme.”
Y el Señor, en la confesión, nos dice: “Si quiero, queda perdonado.”
El Señor dijo a Moisés y Aarón: “Cuando alguna persona tenga una inflamación o una mancha en la piel, y enferma de lepra, lo llevarán ante Aarón, el sacerdote, o alguno de sus hijos sacerdotes. Si es un hombre enfermo de lepra está impuro. El sacerdote lo señalará impuro de lepra en la cabeza.
La persona que haya enfermado de lepra irá mal vestido y despeinado, con la barba tapada y gritando: “¡Impuro, impuro!” El tiempo que dure la enfermedad, seguirá impuro;
vivirá solo y en un lugar fuera del pueblo.”
Feliz la persona al que le perdonan su pecado,
feliz el hombre al que el Señor
no le recuerda sus malas obras.
R. Tú eres mi defensa, me dices cantos de liberación
Yo he pecado, lo acepto,
no oculté mi malas obras;
Pensé: “Confesaré al Señor mi culpa”
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.
R. Tú eres mi defensa, me dices cantos de liberación
Alegradse, santos, y gozad con el Señor;
alabad al Señor los de corazón bueno.
R. Tú eres mi defensa, me dices cantos de liberación
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Corintios ( 10, 31-11, 1)
No hacer nunca el mal, para que no puedan avergonzarse los judíos, ni los griegos, ni la Iglesia de Dios al ver vuestras malas obras.
Yo obro siempre buscando el bien de todos, no buscando mi propio bien, busco el bien de la mayoría, para que todos puedan salvarse.
Haced como yo hago, imitar lo que hizo Cristo.
R. Te alabamos Señor.
EVANGELIO
Un hombre enfermo de lepra se acercó a Jesús, y poniéndose de rodillas, le rogaba, diciendo: “Señor, si tú quieres, puedes curarme.” Jesús tuvo lástima del enfermo, tocándole con la mano, le dijo: “Quiero, cúrate.” Y al momento la lepra desapareció y quedó curado. Jesús despidió al hombre y le dijo: “No se lo digas a nadie. Vete, preséntate al sacerdote judío, y haz la ofrenda que manda la ley de Moisés a los leprosos que se curan. Así todos sabrán que ya estás curado.”
Pero el hombre, cuando se fue, empezó a contar a todas las personas su curación.
Entonces Jesús ya no podía entrar en las ciudades, por las multitudes de personas que venían a oírle hablar y para que les curase de sus enfermedades. Muchas veces, se apartaba a los lugares desiertos y allí hacía oración.
El amor de Jesús
Hoy el pasaje evangélico narra la curación de un leproso y expresa con fuerza la relación entre Dios y el hombre, resumida en un estupendo diálogo: "Si quieres, puedes limpiarme", dice el leproso. "Quiero: queda limpio", le responde Jesús, tocándolo con la mano y curándolo de la lepra (Mc 1, 40-42). Vemos aquí, toda la historia de la salvación: ese gesto de Jesús, que extiende la mano y toca el cuerpo llagado de la persona que lo llama, manifiesta perfectamente la voluntad de Dios de curar a su criatura caída, devolviéndole la vida "en abundancia" (Jn 10, 10), la vida eterna, plena, feliz.
Cristo es "la mano" de Dios tendida a la humanidad, para que pueda salir de la enfermedad y de la muerte, apoyándose en la roca firme del amor divino (cf. Benedicto XVI, Angelus, 12-II-2006).
La vida de Jesús es una historia de rescate de los que viven en el dolor y la soledad. Jesús atiende el grito de soledad del leproso, se compadece de su situación, cura sus heridas y lo devuelve a la comunidad. Jesús curó al leproso que se le acercó con fe total, confiada. Incluso como dispuesto a aceptar un "no". "Si quieres, puedes curarme...". La lepra era una enfermedad repugnante, se consideraba incurable y una maldición de Dios. Los leprosos se veían, así, sometidos a una marginación horrorosa. Eran expulsados de la sociedad por contagiosos e impuros. Jesús rompe valientemente fronteras sociales y discriminatorias con su actitud ante el leproso. Jesús se encuentra con la persona, con el leproso: este encuentro con Jesús es lo que cura y salva.
Todos los tiempos tienen su "lepra" y sus enfermedades. En el nuestro están ahí y de forma bien clamorosa. ¿Quiénes son los "leprosos" de nuestros días? Las víctimas del aborto (que son ya marginados antes de nacer), los enfermos, los ancianos, los presos, los extranjeros, los drogadictos, los enfermos mentales, los que no encuentran sentido a su vida...
Frente a estas nuevas pobrezas, estamos llamados ser otros Jesús que rompamos las barreras de la marginación. Es el contraste entre Jesús cercano al que sufre y una sociedad que separa y discrimina, prescinde y condena. La sociedad que quiere olvidarse de Dios, acaba olvidándose del hombre, acaba destruyendo al mismo hombre. Jesús denuncia el pecado y atiende preferentemente a los seres marginados y los incorpora a la comunidad.
El pecado rompe la relación con Dios y es destruye la fraternidad humana. Luchar contra el pecado, buscar la reconciliación de todos los hombres con Dios es la mejor forma de romper los muros de la marginación. ¿Qué marginados hay en tu zona, donde vives? ¿Qué puedes hacer tú por ellos?
V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Esta es la homilía del día 7 de febrero de 2009.
Resumen de la homilía:
Cada día de Jesús había tiempo de oración, catequesis y curaciones.
Se levantaba de madrugada y se iba al campo a orar.
Primero llenarnos de Dios con la oración para poder servir a los demás.
Jesús atendía al ser humano total: males del cuerpo y del espíritu.
Jesús curó a la suegra de Pedro y a todos los que pedían ser curados.
Los judíos creían que los males eran castigo de Dios por los pecados.
Jesús les dice que la enfermedad es algo natural, no es castigo de Dios.
Las enfermedades, el sufrimiento, pueden ayudarnos a encontrar a Dios.
San Ignacio de Loyola, herido en la guerra y eso le ayudó a encontrar a Dios.
Los sufrimientos, unidos al sacrificio de Jesús tienen valor salvador.
Jesús iba por todos los pueblos, predicando el Evangelio del amor.
Hay que hablar de Jesús, porque conocer a Jesús es lo más importante.
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Job dijo: “El hombre está en la tierra cumpliendo una misión, sus días son como los de un trabajador. Como el esclavo, desea la sombra, como el trabajador, espera la paga.
Mi herencia son días de frustración, mis noches son de dolor; al acostarme pienso: ¿Cuándo vendrá el día? La noche se hace muy larga y me canso de dar vueltas en la cama.
Mis días pasan muy rápidos, y se acaban sin esperanza.
Recuerda que mi vida es un momento, y que mis ojos no verán más la felicidad.”
Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios tiene derecho a una buena alabanza.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los expulsados de Israel.
R. Alabad al Señor, que cura los corazones enfermos
El Señor cura los corazones enfermos,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre.
R. Alabad al Señor, que cura los corazones enfermos
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no se puede medir.
El Señor sostiene a los humildes,
y avergüenza a los que obran mal.
R. Alabad al Señor, que cura los corazones enfermos
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Corintios ( 9, 16-19. 22-23)
Si yo busco mi propio gozo, ya estoy pagado y no necesito más. Pero si yo predico por obligación es porque me mandaron hacer ese trabajo de predicar. Entonces, ¿qué paga me dan? Dar a conocer el Evangelio a todos y gratis, sin interés de dinero, ese es mi mayor gozo.
Yo soy libre, pero me abajo y me hago débil igual que las personas débiles, para ganar a los débiles. Yo me hago igual que todos para atraer a algunas personas al conocimiento del Evangelio.
Yo hago todo por el Evangelio, para ganar yo también el premio de Dios.
R. Te alabamos Señor.
EVANGELIO
Jesús salió de la sinagoga y, con Santiago y Juan fue a la casa de Simón Pedro y Andrés. La suegra de Simón estaba enferma con fiebre. Se lo dijeron a Jesús, y Él fue donde estaba la enferma. La cogió de la mano, la levantó y desapareció la fiebre. Después ella les servía la comida. Por la tarde, al oscurecer, todas las personas que tenían familiares enfermos de diferentes males, los traían, y Jesús, imponiéndole las manos a cada enfermo lo curaba.
Toda la gente de la ciudad estaba a la puerta de la casa. Jesús curó a muchos enfermos de diferentes enfermedades y expulsó muchos demonios…
Los demonios salían gritando: “Tú eres el Hijo de Dios.” Jesús les prohibía hablar, porque sabían que era el Mesías.
Jesús se levantó de madrugada, se fue al campo y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: “Todo el mundo te busca.”
Jesús les respondió: “Vámonos a otro lugar, a los pueblos cercanos, para predicar también allí; que para eso he venido.”
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
No he venido a ser servido, sino a servir
Han llegado a la casa de Simón, y encuentra a la suegra de éste enferma. Jesús, no sabiendo cómo no salvar un alma más en ese día, la toma de la mano y la cura. Parece que Dios, hecho hombre para servir no quiera hacer otra cosa. Él todo poderoso; Él conocedor de los sufrimientos humanos; Él que tanto ha amado al mundo, ¿se iba a quedar tranquilo viendo a los hombres perderse? No, hay que salvarlos a toda costa. Por eso allí está, sirviendo en los momentos de mayor intimidad con sus discípulos. La suegra aprendió muy bien la lección de ese día: “En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles”. ¿Cuántas lecciones tenemos que sacar de este pequeño acto de donación? Se dice que arrastra más un ejemplo que muchas palabras. Aquí lo tienen. El ejemplo está claro: Cristo, servidor de los hombres para salvarlos.
Aunque haya pasado toda una tarde de enseñanzas con sus discípulos, Él al atardecer sirvió a los demás, para darles la Vida y que la tuvieran en abundancia. No sólo actuó en ese pueblo, sino que su amor se extendió, durante su vida terrena, a los judíos, pero ahora sigue haciendo el bien, a través de un ejemplo de uno de sus consagrados, a través de la oración sentida de todos los días de una madre de familia, o la sencillez de corazón de un jovencito que hace un acto de amor para con el viejito que está cruzando la calle. El actúa hoy de muchas formas en el mundo, principalmente a través de la oración.
IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Esta es la homilía del día 31 de enero de 2009.
Resumen de la homilía:
En el principio Dios hablaba por boca de los profetas, que decían: “Esto dice el Señor.”
Cuando llegó el tiempo, Dios habló por boca de su Hijo, que decía: “pero yo les digo.”
Cuando Jesús hablaba, era el mismo Dios el que hablaba. Jesús es la imagen visible de Dios.
Por eso la gente decía: “¡Nadie ha hablado como este hombre!” Eran Palabras de Dios.
Jesús hablaba de lo que Él vivía, con el corazón, sintiendo lo que dice.
Los escribas hablaban de memoria las muchas normas y mandatos de la Ley.
Jesús hablaba sencillo, una religión amable, de liberación, apoyada siempre en el amor,
Jesús también asombraba a la gente con sus obras y curaciones milagrosas.
La gente se preguntaba de donde le veía a Jesús esa fuerza y poder para curar.
Sólo el poder de Dios puede vencer al demonio y sus obras malas.
Los cristianos debemos ser santos, porque es la única forma de vencer el mal,
Hay que imitar a Jesús, diciendo lo que se cree y vivir lo que se dice.
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PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del Deuteronomio. (18, 15-20)
Moisés dijo al pueblo: “El Señor Dios elegirá un profeta igual que yo de entre tus hermanos. A ese profeta lo escucharéis. En el monte Horeb, el día de la asamblea, vosotros pedisteis al Señor un profeta: “No quiero escuchar otra vez la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver otra vez ese gran incendio; no quiero morir.”
El Señor Dios me dijo: “Tú tienes razón; elegiré un profeta como tú. Pondré mis palabras en su boca y hablará lo que yo le mande. A la persona que no escuche las palabras que el profeta hable en mi nombre, yo le castigaré. Y el profeta que por orgullo diga en mi nombre las palabras que yo no le dije, o hable en nombre de dioses extranjeros, será condenado a muerte.”
Palabra de Dios
R.-Te alabamos Señor.
SALMO RESPONSORIAL 94, 1-2. 6-7. 8-9.
Escuchad hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón.”
Venid, aclamemos al Señor,
alabemos al Señor que nos salva;
entremos en el templo dándole gracias,
cantando en honor del Señor.
Escuchad hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón.”
Entrad, arrodillémonos,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque Él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Escuchad hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón.”
Ojalá escuchéis hoy su voz:
“No endurezcáis el corazón como en el desierto,
cuando vuestros padres me desobedecieron
después de ver mis grandes obras.
Escuchad hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón.”
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios. ( 7, 32-35)
Hermanos: Quiero quitar vuestras preocupaciones: la persona soltera se preocupa de las cosas del Señor, buscando dar alegría al Señor; en cambio, la persona casada se preocupa de las cosas del mundo, buscando alegrar a su mujer, y está dividido.
Lo mismo, la mujer soltera se preocupa de las cosas del Señor, entregándose a ese trabajo en cuerpo y alma; en cambio, la mujer casada de preocupa de las cosas del mundo, buscando alegrar al marido.
Les digo todo esto para vuestro bien, no para preocuparles, es para que hagan una cosa buena y traten al Señor sin preocupaciones.
Palabra de Dios.
R.-Te alabamos Señor.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Marcos. 1, 21-28
Jesús fue a Cafarnaún. Los sábados iba a la sinagoga y enseñaba. Todos se asombraban de su doctrina, porque enseñaba como una persona que tiene autoridad y poder, diferente a como enseñaban los escribas.
Había en la sinagoga un hombre enfermo de un espíritu malo y empezó a gritar: ¡Jesús de Nazaret, déjanos en paz! ¿Haz venido a destruirnos? ¡Yo te conozco bien: tú eres el Santo Hijo de Dios! Jesús le mandó, diciéndole: “¡Cállate y márchate de ese hombre!”
El espíritu malo tiró al hombre al suelo y dando un grito muy fuerte, salió del hombre.
Todas las personas que lo vieron estaban asustadas y se decían unos a otros: ¿qué poder tiene la palabra de este hombre, que manda a los espíritus malos y le obedecen?
La fama de Jesús se extendió por todos los pueblos de Galilea.
Palabra del Señor.
R.-Gloria a ti, Señor Jesús.
Jesús nos enseña con autoridad cada domingo
El Evangelio de este Cuarto Domingo del Tiempo ordinario nos muestra el asombro de los judíos en la sinagoga de Cafarnaún por la autoridad de las enseñanzas de Jesús. Autoridad significa conocimiento seguro y claro. Creer con todo el corazón en lo que se dice. Su autoridad llegaba a curar con una sola palabra a los poseídos por el mal y por la enfermedad. Jesús –nosotros lo sabemos—domingo a domingo nos sigue enseñando con autoridad. La autoridad de Jesús sobre los espíritus inmundos o malos aparece en el Evangelio de Marcos como en el caso del hombre poseído de un espíritu malo en la sinagoga. El mandato de Jesús al demonio fue: “¡Cállate, y sal de él!” (Mc.1. 25)
En otro caso Marcos habla de la firmeza de Jesús con el sencillo mandato: “espíritu sordo y mudo, yo te mando, sal de él.” (Mc. 9, 25) La autoridad de Jesús sobre los malos espíritus fue dada a los apóstoles y también a los 70 discípulos, y finalmente, al apóstol Pablo. Los 70 discípulos enviados por Jesús fueron capaces de expulsar demonios por el nombre de Jesús. (Lc. 10, 17) Pablo no hizo ningún exorcismo cuando dijo al espíritu que poseía a la joven en Filipos: “Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella…” (Hch. 16, 18) Más bien el poder de Dios obró a través de Pablo. Los setenta también fueron enviados con el poder y autoridad de expulsar demonios (Lc. 10,1) Regresaron de su misión con gran gozo, diciendo: “hasta los demonios nos obedecían en tu nombre” (Lc. (10, 17)